jueves, 3 de enero de 2013

Sueños de Otoño

Aquí os dejo otro relato con el que participé en un concurso del foro fantasiaepica.com. En esta ocasión el concurso era algo peculiar, pues había que escribir un relato cuyo protagonista fuera otro forero, de los participantes en el concurso, que tocaba por sorteo. Aunque lo escribí con prisas y sin apenas revisarlo, este quedo bastante mejor que el anterior, en un cuarto puesto, por detrás de tres magníficos relatos.



A última hora de la tarde de un día de Octubre, Ángel paseaba por las calles de Valencia. No tenía ni rumbo ni destino. Caminaba hacia donde sus pasos le conducían. Su mente vagaba en sus pensamientos, sin prestar apenas atención a su entorno. 

Se sentía deprimido y pesimista. Otro día más estaba terminando y, siguiendo lo que ya era costumbre, habían vuelto a rechazarle en todos los sitios donde había ido en busca de trabajo. Estaba desesperado. ¿De qué le servía haber estudiado una ingeniería si, años después, aún no había encontrado más que un trabajo de siete meses? Quizás debería haber seguido estudiando teleco, en vez de abandonarlo por algo más sencillo. Pero no, eso no tenía sentido. Habría estado en las mismas. Además, el pasado ya no podía cambiarse, era una pérdida de tiempo darle vueltas. Tenía que pensar en el futuro, pero, ¿qué futuro le esperaba, si las cosas seguían así? 

Sus pasos le alejaban del centro, aproximándolo a la costa, hasta que finalmente llegó a la playa, desierta a esas horas. Se detuvo unos instantes en la arena seca, observando el cada vez más oscuro horizonte. El mar parecía en calma, aunque las olas llegaban con ímpetu a la orilla. En cierto momento, le pareció ver una sombra en medio del agua. Forzando la vista, logró distinguir una figura entre las olas, a unas decenas de metros de la línea de playa. Parecía una persona luchando por mantenerse a flote. 

Sin pensar en lo que hacía se quitó la camiseta y las zapatillas y se metió en el mar. Las aguas del Mediterráneo estaban frías, pero Ángel apenas lo notó. Empezó a nadar vigorosamente hacía la figura en medio del mar. Sin embargo, las olas comenzaron a ser más fuertes y le costaba distinguir su objetivo, que parecía alejarse en vez de acercarse. Al cabo de un rato se dio cuenta de que se estaba adentrando demasiado en el mar, sin lograr alcanzar a quien fuera que estaba entre las olas. Decepcionado, decidió regresar a la playa e ir a pedir ayuda, pero cuando giró para volver, descubrió que estaba rodeado de mar por todas partes. Juraría que no se había alejado tanto, pero no se distinguía la ciudad costera por ningún lado. De pronto, una gran ola lo golpeó, sumergiéndolo bajo las aguas y haciendo que perdiera del todo el sentido de la orientación. Emergió a la superficie y cogió aire, pero otra ola se le echó encima, seguida de otras cuantas, cada vez de mayor tamaño, impidiéndole respirar. Intentó alejarse nadando pero el mar revuelto le empujaba de un lado para otro y el frio le había entumecido los músculos. 

Comenzaba a agotarse y un fuerte terror empezó a invadirlo. Era imposible salir de allí. El agua enfurecida le rodeaba por todas partes y apenas le quedaban fuerzas para mantenerse en la superficie. En un esfuerzo por respirar abrió la boca y solo logró tragar una gran cantidad de agua salada. Finalmente el mar pudo más que él y se hundió en las aguas, perdiendo el conocimiento. 

***

Despertó bajo los rayos del sol, cuyo calor le fue devolviendo lentamente las fuerzas suficientes para abrir los ojos. Se encontraba en una playa, tumbado sobre la arena donde la marea lo había arrastrado. El mar volvía a estar en calma. Se incorporó lentamente, entre quejidos y toses. Le dolía todo el cuerpo y al respirar los pulmones le abrasaban. Además, la sal del agua que había tragado le provocaba una gran sed. 

Tras un rato para recuperarse, miró a su alrededor. No se veían edificios por ninguna parte. La arena se extendía a ambos lados y unos metros tierra adentro empezaba un bosque que lucía los colores de la estación, entre amarillentos y rojizos. Meditó brevemente sus opciones y decidió avanzar en dirección contraria al mar, hasta dar con una carretera o algún tipo de ayuda. 

Llevaba cerca de dos horas caminando entre la flora, con los pies descalzos heridos y magullados, siguiendo lo que esperaba que fuera una línea perpendicular a la costa, cuando sintió una presencia en las proximidades. No había visto ni oído nada raro pero le parecía sentir una mirada fija en él. Siguió caminando con pasos vacilantes. Al poco rato percibió un leve movimiento por el rabillo del ojo, entre los arbustos cercanos. Se giró para mirar, pero no había nada. 

—¡Hola! ¿Hay alguien ahí? —preguntó, sin obtener respuesta. 

Media hora más tarde decidió descansar. Los pies le sangraban por múltiples heridas y la sed era cada vez más fuerte. Se sentó en el suelo, con la espalda apoyada en un árbol, preguntándose qué sería de él. Los párpados se le fueron cerrando y comenzó a quedarse adormilado. 

El murmullo de unas hojas cerca lo espabiló de golpe. Asombrado, vio frente a él el origen del sonido. A unos pocos metros, entre los árboles, lo observaba una joven. No era muy alta, de piel pálida y figura estilizada. Llevaba el largo cabello liso, color castaño, recogido en una trenza. Lucía un vestido de color verde claro, que resaltaba el también verde color de sus ojos. Iba descalza. Pero lo más sorprendente eran las orejas de la chica, que se alargaban hacia arriba, terminando en punta. 

Tras unos minutos inmóvil, la joven se acercó a Ángel. En sus manos llevaba un tazón que le ofreció. Contenía agua, y Ángel bebió ávidamente, saciando su sed. 

—¿Eres una elfa? —logró preguntar, sin saber qué otra cosa decir. 

La mujer rio suavemente, produciendo un sonido que se mezclaba con el rumor de las hojas. Cuando habló, lo hizo con un extraño acento. 

—No exactamente. Más bien diría que soy una ninfa. —¿Una ninfa? ¿Un espíritu de la naturaleza? 

—Así es. —Volvió a coger el tazón vacío en sus manos. El fondo empezó a humedecerse y lentamente fue llenándose de agua. Entonces, se lo ofreció de nuevo—. Bebe, lentamente. 

Ángel bebió poco a poco, mientras pensaba. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Cómo era posible que se perdiera en el mar, llegará a una extraña playa al lado de un bosque y una elfa, o una ninfa, o lo que fuese, apareciera de repente entre los árboles? ¿Estaba soñando? 

—Gracias. Mmm… ¿y tienes nombre? Yo me llamo… —dudó unos instantes— … Hal9000 —dijo finalmente. La situación era demasiado extraña como para usar un nombre tan vulgar como Ángel, por lo que decidió emplear el pseudónimo con el que se denominaba en ocasiones—. Pero puedes llamarme Hal. 

—Muy bien, Hal —respondió ella, con una ligera sonrisa en los labios—. Mi nombre es Halia —La miró con cara interrogante, preguntándose si le estaba tomando el pelo—. Curiosa coincidencia, lo admito, pero te aseguro que mi nombre es mucho más antiguo que el tuyo. Ven, te llevaré a un lugar más cómodo, donde podrás descansar y alimentarte. 

Se levantó y la siguió cojeando, internándose entre los árboles. Caminaron durante largo rato, avanzando lentamente y en silencio. Ángel había perdido por completo la orientación. Después de lo que parecieron horas caminado, llegaron a un claro donde había una pequeña cabaña de madera. Halia abrió la puerta y ambos entraron. 

Dentro, aunque no había ninguna fuente de calor, hacía una agradable temperatura, que Ángel agradeció. No se había dado cuenta, pero en el exterior hacía fresco y había dejado su camiseta en la playa de Valencia, cuando se metió en el mar. No había muchos muebles, tan sólo una mesa y un par de sillas y lo que parecía un colchón de paja. Sobre la mesa, un cesto lleno de fruta atrajo su atención. Cogió una manzana y se sentó en el colchón a comerla mientras Halia lo observaba sentada en una de las sillas. Sin darse cuenta, se quedó profundamente dormido. 

Despertó horas más tarde. No había ni rastro de Halia en la cabaña. Se incorporó y salió al exterior. Hacia frio y el trozo de cielo que se veía entre las copas de los árboles estaba plagado de brillantes estrellas. La luz de la luna inundaba el claro. 

A los pies de un árbol, sentada entre las raíces y rodeada de varios gatos que lo observaron fijamente, estaba Halia, peinando sus cabellos con un cepillo. Ángel la observó unos instantes. Ya se había fijado antes en lo que hermosa que era, pero ahora, bajo las estrellas, su belleza resultaba sobrenatural. 

—Este lugar es muy extraño. El bosque, los animales, tu… ¿Dónde estoy? Esto no es Valencia, ¿verdad? 

—No —Su rostro adoptó una expresión triste—. Has viajado a otro mundo, distinto pero muy próximo al tuyo. Un mundo que los antiguos humanos veneraban pero que ahora habéis olvidado, y por ello está en peligro. 

—¿Qué quieres decir? 

—Aquí reina la magia y la fantasía. Este mundo se sostiene sobre la imaginación de los humanos, y cuanto mayor es esa imaginación más fuerte se vuelven tanto él como sus habitantes. Pero en los tiempos que corren pocas personas tienen tiempo para dedicarlo a la imaginación y la fantasía y mi mundo se debilita. 

—¿Y qué hago yo aquí? ¿Tengo que salvaros o algo así? —Ella lo miró sorprendida, con una mirada curiosa, que pronto volvió a reflejar una tremenda tristeza. 

—Ninguna persona sola puede hacer nada por nosotros. Sinceramente, no sé cómo has llegado hasta aquí. Hacía muchos años que ningún humano pisaba este mundo. Descansa, Hal, mañana pensaré como devolverte a tu hogar. 

Volvió al interior y se tumbó sobre el colchón. Volver a su hogar, esa ciudad, no, ese mundo, donde vivía amargado en busca de un trabajo que nunca encontraba. ¿De verdad quería volver? Apenas conocía este nuevo mundo, pero lo poco que había visto le resultaba mucho más acogedor. A pesar del cansancio y el dolor en los pies se sentía mucho más vivo de lo que se había sentido en mucho tiempo. Cerró los ojos, dejándose llevar por el sueño de nuevo. 

Esta vez despertó bruscamente debido a un fuerte ruido en el exterior, como de un potente motor. La luz de la luna había sido sustituida por una luz parpadeante y cegadora. Salió al exterior, llamando a Halia. Un fuerte viento azotaba los árboles, que se tambaleaban. Bajo el estruendo se oían chillidos de animales que huían entre los arbustos. Aún era de noche, pero en el cielo sólo se veía una gran estructura de metal, con cantidad de luces. 

—¡Lo que faltaba! Primero ninfas y ahora aliens, ¡qué mundo más extraño! —murmuró. Pero se equivocaba. 

 De entre los árboles aparecieron media docena de figuras humanoides. No eran humanos, sino una especie de soldados mecánicos que llevaban armas de fuego, con las que le apuntaron. Dos de ellos sujetaban a la ninfa de los brazos. Ella intentó liberarse, pero al ver que sus esfuerzos eran inútiles se detuvo.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Ángel a voces, intentando hacerse oír por encima del ruido de los motores—. Soltadla. ¿Quiénes sois? 

—Apártate —ordenó el que parecía el jefe—. Esto no es asunto tuyo. Esta criatura antinatural no debería estar libre, es una abominación de la naturaleza —miró a Halia con aversión—. Tú eres un humano, por lo que eres libre, pero si te vuelves a relacionar con criaturas malditas sufrirás su mismo destino. 

Apuntó su arma hacia Halia, dispuesto a disparar. Ángel actuó rápidamente. Se lanzó sobre el soldado y lo derribó, desviando el disparo. Los otros tres que estaban libres lo apuntaron con sus armas, pero Ángel rodó por el suelo hasta esconderse tras un árbol. Halia aprovechó la distracción para lograr zafarse de los que la sujetaban, derribando a uno de ellos. Ángel salió de detrás del árbol y golpeó a otro con una gruesa rama. Sonaron los disparos, pero Ángel, dejándose llevar por un instinto que no conocía, logró evitarlos, golpeando con la rama a otro de los agresores. Entonces apareció el grupo de gatos salvajes y se lanzó sobre los que seguían en pie. El claro se llenó de crujidos, gemidos y maullidos, mientras las balas se perdían en todas direcciones. 

Se oyó una sirena procedente de la aeronave y tres de los soldados alzaron la vista, para después posarla en el jefe con mirada interrogativa. 

—Vámonos antes de que se marchen —dijo, y volviéndose hacia Ángel añadió—. Tienes suerte, pero esto no quedará así. Volveremos y te arrepentirás de haber ayudado a una aberración como esa. 

Entre los cuatro soldados recogieron a los dos inconscientes y se alejaron del claro. Poco después la aeronave se marchó y volvió a reinar el silencio. Ángel se acercó a Halia, que estaba tumbada en el suelo. Una mancha oscura, húmeda, se extendía bajo ella. 

—¡No! Estas herida. No te preocupes, encontraremos ayuda. ¿Quiénes eran esos soldados? —Se arrodilló junto a ella, que respiraba con dificultad, y taponó con su mano la herida que tenía en el vientre. 

—Se hacen llamar soldados del progreso. Llegaron hace años, pero cada día son más numerosos. Ellos están destruyendo este mundo, acabando con la magia y todas sus criaturas —Le costaba hablar. Tosía y escupía sangre—. Hal… tienes que irte de aquí… este mundo no es seguro, regresa… regresa a tu hogar. 

—No, tengo que ayudarte. Tú me rescataste ayer, sin tu ayuda habría muerto de sed. 

—No puedes hacer nada, Hal. Tan sólo… tan sólo promete que, cuando regreses, recordarás lo que has visto de este mundo y nunca lo olvidarás… prométemelo. 

—Te lo prometo. —Una lágrima se escapó de su ojo y corrió por su mejilla. La siguieron más, y cuando Halia exhaló su último aliento continuó llorando en silencio largo rato, hasta que perdió la noción del tiempo y se encontró en una oscuridad absoluta. 

***

Un pitido familiar fue lo que le despertó en esta ocasión. Instintivamente apagó el despertador y se incorporó. Se sentía cansado y desolado. Miró a su alrededor, confuso. Estaba en su habitación, en su mundo. ¿Al final había resultado ser todo un sueño? Pero había sido tan real… Recordó su promesa. Nunca olvidar ese maravilloso mundo que por unas horas había conocido. Daba igual que fuera real o producto de su subconsciente. Había hecho una promesa y pensaba cumplirla. 

Se levantó de la cama y se acercó a la mesa donde tenía el ordenador. Lo encendió y se sentó frente a él. Mientras arrancaba, una imagen inundó su mente. Halia, sentada bajo el árbol rodeada de gatos, iluminada por la suave luz lunar. Una vez que el ordenador estuvo encendido abrió un documento de texto y se dispuso a escribir. Halia había dicho que su mundo estaba siendo destruido porque la gente ya no creía en la fantasía. Pues él haría todo lo posible porque volvieran a creer. Comenzó a escribir una historia que llevaba tiempo en su cabeza, pero que nunca había logrado sacar de ahí. Una historia cuya protagonista era una joven ninfa. Las horas pasaron y él siguió escribiendo, absorto en la historia. Acabó un capítulo y siguió con otro, y otro más. Sin apenas descanso, escribió una larga historia. Sólo se detuvo al final, dudando. Tras unos minutos pensando, firmó el documento como Hal9000. 


1 comentario:

  1. Hola,está guay el relato, veo que te gusta escribir y los libros.
    Yo he empezado un blog hace poco con una historia, te ánimo a que te pases, se llama "La oveja negra"
    Aquí te dejo el enlace: http://laovejanegra-patryber.blogspot.com.es/ por si te apetece pasarte.
    Un saludo!!

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Gracias por comentar