Hace tiempo que no traigo nada nuevo al blog. He estado unos meses ocupada y no he podido escribir nada. Ahora que por fin vuelvo a tener ratos libres me entraron ganas de escribir algo. No soy muy amiga de los fanfics, pero me apetecía escribir algo sencillo sin preocuparme por crear personajes o mundos nuevos. Por ello, y puesto que tenía reciente una serie que he terminado de ver hace poco, escribí este pequeño relato protagonizado por uno de los personajes de True Blood.
Desde lo alto del acantilado una figura observa el mar. Su
silueta resalta contra la oscuridad de la noche iluminada por el brillo de la
luna menguante. Con la mirada fija en la lejanía del horizonte, allá donde el
mar se pierde en la distancia hasta confundirse con el cielo estrellado, el
hombre deja vagar su mente por recuerdos de épocas pasadas.
Su camisa abierta permite a la fría brisa marina acariciar
su piel. Pero él no lo siente, hace mucho que su cuerpo dejó de notar el frío o
el calor. Apenas recuerda esas sensaciones, pero en su lugar ha podido
experimentar otras que no están al alcance de ningún humano. Aunque ya han
dejado de maravillarle.
De pronto percibe algo. Al principio no sabe lo que es, pero
capta su atención haciéndole volver al presente. Poco a poco lo nota con mayor
claridad. Es un olor, pero a la vez mucho más. Es el dulce aroma de la
primavera, de una mañana soleada y cálida, del brillante color de las flores y
el trino de los pájaros. Es la promesa de la vida. Una vida que él ya no tiene
ni recuerda, pero que de repente puede intuir, en ese olor arrastrado por el
viento.
La sensación se vuelve más fuerte, más intensa. Trata de
averiguar de dónde proviene. Mira a su alrededor y de pronto lo ve. Abajo, en
la playa, una pequeña y débil figura se mueve por la arena. Parece avanzar sin
rumbo, con un caminar entre cauto y despreocupado. Mientras la observa, un instinto
brota en su interior, una necesidad más potente que el hambre de un estómago
vacío. La urgencia de saciar su sed y beberse esa promesa de libertad y vida.
Se acerca al borde del acantilado, con la arena de la playa
a varios metros bajos sus pies. Una media sonrisa asoma a su rostro mientras
percibe el aroma por todos los poros de su piel. Unos dientes afilados brillan
entre sus labios, reflejando los rayos de la luna. Con un ligero impulso, salta
por el precipicio.
***
La joven camina por la playa en un estado entre el delirio y
la consciencia. Da un paso tras otro sin saber a dónde se dirige. El paraje que
la rodea es hermoso, casi onírico, embrujado por la luz de los astros de la
noche. La playa, las suaves olas del mar que juegan a alcanzar sus pies
descalzos, el acantilado.
Entonces lo ve, la figura en lo alto. Contrastada contra el
cielo de fondo resalta sobre las rocas. Un cúmulo de sensaciones la embarga. La
expectación se mezcla con un leve miedo irracional que no hace sino aumentar la
emoción del momento.
El hombre se vuelve hacia ella y siente como su mirada la
atraviesa, como si de una cuchilla se tratase. Pero no puede apartar la mirada,
atraída por el halo de irrealidad que lo rodea. A pesar de la distancia,
percibe la sonrisa con un ligero estremecimiento. Cuando el extraño salta por
el borde del precipicio lo pierde por un momento de vista, cubierto por las
sombras.
Piensa que todo ha terminado, que no ha sido real o que, en
el caso de que lo fuera, el hombre no puede haber sobrevivido a la caída. Sin
embargo, pronto lo ve de nuevo, al pie del acantilado, erguido como si solo
hubiera bajado un simple escalón. No hay muestras de heridas ni parece hacer
gestos de dolor.
A una velocidad imposible el hombre se acerca. Atraviesa la
distancia que los separa en un par de latidos, hasta detenerse a apenas un
palmo de ella.
La joven siente como su pulso se acelera. Lo tiene tan cerca
que puede tocarlo si extiende la mano. Lo observa con curiosidad y temor a la
vez. Es alto, tan alto que tiene que inclinar la cabeza hacia atrás para ver su
rostro. El cabello rubio, corto pero algo largo y agitado por la brisa del mar,
brilla plateado bajo la luz de la luna. Los ojos azules relucen entre sombras
con una ferocidad inhumana. La piel de su cara y su pecho es pálida, casi
blanca en la noche.
Cuando el hombre vuelve a sonreír mostrando su dentadura las
sensaciones que la invaden se intensifican. Algo en su interior la insta a
correr, a alejarse de allí tan rápido como pueda. Pero también se siente
irremediablemente atraída por ese extraño ser que tiene ante sí. El miedo y la
excitación pelean en su interior. Entre los dientes del hombre sobresalen,
resplandecientes y afilados como espadas, unos temibles colmillos.
Antes de que pueda reaccionar él alza la mano y le roza la
cara. Siente la piel fría contra su mejilla. Un nuevo escalofrío la hace
estremecer, aunque no sabe decir a cuál de los dos sentimientos que la embargan
se debe. La mano le rodea la nuca y la agarra con firmeza.
Cuando la criatura se inclina sobre ella y le clava los
colmillos en el cuello la chica aún es incapaz de reaccionar.
***
Cuando la tiene frente a él se toma unos momentos para
disfrutar, absorber el aroma que desprende y saborear lo que aún no ha probado.
Percibe la lucha de emociones en ella, lo que le satisface y alimenta su deseo
por igual.
Desde la corta distancia a la que está puede notar los
latidos de su corazón, un ruido profundo y grave que vibra a su alrededor.
Siente como el ritmo se acelera, como la sangre fluye por sus venas. Esa sangre
roja y sabrosa que tanto desea. Cuando roza su mejilla siente el calor que
desprende, el calor de la vida y la luz del día.
Rindiéndose por completo a sus instintos se acerca más a
ella y la sujeta, mostrando los colmillos. Al clavarlos en su cuello nota como
atraviesa la suave piel. La sangre brota de los dos orificios y él la bebe. Un
manjar como nunca antes había probado, que sabe a sol, a calor y a vida.
El tiempo avanza ajeno a su percepción. Disfruta de su
alimento con calma, dejando que la sangre lo llene lentamente. Siente como la
vida se escapa de la joven que sostiene entre sus brazos. Finalmente se ve
saciado y deja que el cuerpo inerte caiga al suelo, junto a él.
No sabe cuánto rato ha pasado, pero la luna se ha escondido
y una claridad asoma por el horizonte, tras el oleaje. Sin temor, se vuelve
hacia el mar, disfrutando de un bello espectáculo que no había podido admirar
desde hacía varios siglos.
La oscuridad se diluye y las sombras se encogen. Las
estrellas desaparecen en un cielo cada vez más azul. La línea que separa el mar
queda delimitada cuando tras él asoma el gran astro. El sol se ve inmenso sobre
las aguas. Se eleva lentamente mientras sus rayos avanzan hasta rozar al
hombre, que puede sentir su calidez después de cientos de años. Una amplia
sonrisa ilumina su rostro. Una escena que habría sido un reflejo de la más pura
felicidad de no ser por la sangre que cae por su barbilla y mancha tanto su
camisa como su torso.
Mientras observa las calmas aguas del mar, el ser milenario
se siente más vivo que en toda su existencia de no-muerto y nota en su interior
como sus raíces vikingas asoman tímidamente ante la imagen que contempla. A sus
pies, el cuerpo de la joven se convierte en finos polvos dorados que se mezclan
con la arena de la playa.
La primera hada cuya sangre ha saboreado el vampiro.
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