miércoles, 6 de enero de 2016

LA NOCHE DEL 5 DE ENERO: Niños, y no tan niños

Os dejo con un relato navideño sobre los Reyes Magos.
Espero que hayais sido buenos y que os dejen muchos regalos.
Y que os guste esta pequeña historia.



Tres siluetas oscuras se recortaban contra el cielo del atardecer. Tres figuras que avanzaban sobre las arenas del desierto. Tres hombres viajando a lomos de sendos camellos, siguiendo la estela de una estrella en el firmamento que, a pesar del aún brillante sol, refulgía en lo alto como un punto luminoso.

El primero de aquellos personajes era un hombre mayor, de larga barba y cabellos blancos como la nieve. A pesar de su avanzada edad se erguía sobre la montura con un cierto orgullo. Vestía ropajes lujosos, finamente adornados, de terciopelos azules y blancos. El calor de las prendas no parecía molestarle, a pesar del árido terreno que cruzaban. Sobre la cabeza lucía una corona dorada, decorada con zafiros. Una sonrisa de felicidad resplandecía en su rostro, alegre y entusiasta, mientras dirigía a la pequeña comitiva en un largo camino que recorrían año tras año, siempre llenos de ilusión. Su nombre, como el lector ya imaginará, no era otro que Melchor.

Tras él iba, a pocos metros, Gaspar, de apariencia algo más joven y rostro más serio. Su cabellera castaña y rizada era del mismo color que la barba, corta y bien cuidada, que remarcaba sus facciones. Sus ropajes, parecidos a los del anciano al que seguía, eran de un color más rojizo, casi terroso. Su flamante corona dorada lucía rubíes y otras gemas del mismo tono. Iba royendo una especie de piedra oscura y porosa que, sin embargo, se deshacía fácilmente e inundaba su boca del sabor dulce de las gominola de azúcar.

En último lugar iba el más joven de los tres, Baltasar, sin barba y con la piel del tono oscuro del chocolate. Sus atuendos eran diferentes, hechos de finas telas y sedas de brillantes colores. Cubría su cabeza con un turbante que despedía destellos dorados a la luz del ocaso. Iba leyendo una larga lista, ajeno a los vaivenes de la montura. De vez en cuando despotricaba, indignado:

Videoconsolas, teléfonos y ordenadores. ¡Todos dispositivos electrónicos! ¿Qué les ha pasado a los niños de hoy en día?

Tras los tres viajeros, varios cientos de metros por detrás, los seguía una larga caravana de carros y carrozas, llenos a rebosar de regalos de todas las formas, tamaños y colores. Decenas de pajes se encargaban de que nada se perdiera por el camino y guiaban y cuidaban de las bestias que tiraban de los carruajes.

Era principios de año y sus majestades los Reyes Magos de Oriente se dirigían a repartir regalos a todos los niños; y también a los no tan niños.

***

A última hora de la tarde del 5 de enero, las calles de pueblos y ciudades estaban abarrotadas de niños entusiasmados, de sus padres emocionados, de sus abuelos. También de jóvenes, de no tan jóvenes, de grupos de amigos y de parejas. Gente, en definitiva, de todas las edades. Todos deseosos de que llegara la noche más mágica del año y la mañana siguiente, esa en la que aparecen los regalos junto al árbol, los zapatos llenos de caramelos y el delicioso roscón en la mesa junto al desayuno.

Más tarde o más temprano, todos se fueron a sus casas y se metieron en la cama, esperando dormirse pronto para que llegara la mañana. Cuando todo el mundo estuvo dormido, el tiempo, de pronto, se ralentizó hasta detenerse. Una calma total invadió las calles. Ni siquiera la brisa del viento se movía. Todo quedó detenido en un segundo que duró horas. Tan solo unas figuras se movían al ritmo normal.
Sí, esas mismas figuras de las que hablábamos antes.

Los Reyes y sus pajes se desperdigaron por todas partes. Los segundos esperando junto a los carros y entregando a los primeros los regalos que tenían que repartir. Estos los guardaban en sus mágicos bolsillos e iban de casa en casa, entrando por ventanas y puertas entornadas, o abriendo con un leve golpe de magia aquellas que estaban cerradas, y los dejaban colocados, de acuerdo con la lista que llevaba cada uno.

Melchor entró en una casa abriendo con delicadeza la puerta de la terraza. Los años hacían mella en él y avanzaba con calma, despacio. O quizás fuera simplemente que él era así, tranquilo. No había prisa, el tiempo se había detenido para él y podía ir al ritmo que quisiera. No hacía falta estresarse.

Tras cerrar la puerta se encontró en un pulcro salón tradicional. Un mueble lleno de libros que parecían no haber sido leídos en años, un televisor plano que ocupaba tres cuartos de la pared, varios cuadros que la adornaban y un par de sofás conformaban el mobiliario de la estancia. Un pequeño nacimiento en una mesa y un árbol de mentira, lleno de luces y bolas, eran parte de la decoración navideña. Una bandejita de turrón junto al Belén atrajo su atención. Tras reponer fuerzas con un par de trozos y un polvorón se dispuso a extraer varios paquetes de sus bolsillos y colocarlos adecuadamente junto al pino de navidad.

Cuando ya se dirigía a la puerta para irse algo lo hizo detenerse. En lugar de volver a la terraza se dirigió al pasillo, donde había visto una silueta humana. Encendió la luz y comprobó, asombrado, que se trataba de un muñeco a tamaño real de un hombrecillo gordo y de barba blanca vestido de rojo, con un ridículo gorro puntiagudo en la cabeza.

Y este ¿quién demonios es? preguntó el anciano rey.

De pronto tuvo una idea y, en un acto de rebeldía infantil, corrió al salón. Corrió, digo bien, lo que demuestra que su parsimonia anterior era cosa de temperamento más que de la edad. Cogió del sofá una manta oscura y desprendió de la pared un espumillón dorado. Después, volvió junto a la figura del pasillo. Usó la manta para cubrir el rojo chillón de las ropas de aquel personaje, usando su cinturón para sujetarlo como si de un manto se tratara. Le quitó el gorro y se lo guardó en uno de sus bolsillos. A continuación usó el espumillón para improvisar una corona sobra la cabeza del hombrecillo. Finalmente, recolocó la barba y se miró en el espejo que había al otro lado, comparándose a él mismo y a la figura.

Así mucho mejor, sí—dijo, comprobando la semejanza. Solo un pequeño detalle añadió. Y apretó más el cinturón, ciñendo la manta y quitando unos cuantos centímetros de diámetro a la barriga del muñeco.

Tras comprobar su obra de arte apagó las luces, volvió al salón, aprovechando para coger otro trozo de turrón, y salió por la ventana. Aún quedaban muchas casas en las que entrar.

En ese momento, que en realidad comprendía todos los momentos de esa larga noche dado que el tiempo estaba detenido y, por tanto, aunque los reyes iban de una casa a otra en realidad estaban en todas a la vez. Pero no vamos a complicar al lector con teorías del espacio-tiempo.

En ese momento, como decía, el rey Gaspar entraba en un apartamento. Gaspar prefería la comodidad a las florituras mágicas y usaba la puerta principal, empleando el ascensor para llegar hasta cada planta del edificio. En el salón del pequeño hogar se encontró con unos ojos brillantes que lo observaban desde la oscuridad. Al dar la luz, el gato maulló y salió corriendo, escondiéndose bajo el sillón.

Malditos bichos masculló el Rey Mago. Los gatos, como todo el mundo debería saber, son inmunes a la magia.

Ignorando al animal, observó con curiosidad la habitación. Reconoció con alegría varios DVDs que había entregado a la familia el año anterior. Recordó que le había parecido una familia de buenos gustos cinematográficos, pues se habían tratado de grandes películas de ciencia ficción. Sintió simpatía por ellos y tuvo una idea. Lo primero que hizo al llegar junto al pequeño árbol, antes de buscar los regalos que le habían pedido, fue sacar de uno de sus bolsillos una edición especial de Star Wars, la saga completa, y dejarla junto al zapato del padre. Luego lo pensó mejor y la colocó en el centro de los zapatos, entre los regalos que fue dejando.

Antes de marcharse dejó también un poco de carbón dulce, pues tenía apuntado que los padres le habían escrito que al pequeño de la familia le encantaba.

Una familia de buenos gustos, desde luego dijo, mientras se comía otro trozo de gominola. Salvo por el gato, claro añadió mirando al felino, que lo observaba desde debajo del sillón. ¡Maldito bicho! ¡Ni se te ocurra comerte el carbón!

¿Y el último de los tres? Pues Baltasar estaba que trinaba. Iba de casa en casa, cada vez más indignado, dejando regalos. Entre algo de ropa, varios peluches y algún muy escaso juguete tradicional de esos que no necesitan ningún tipo de pila o batería, la mayoría de los presentes que había en su lista eran aparatos electrónicos. Para padres y también para hijos.

—¿Para qué quiere un niño de ocho años un smartphone? se preguntaba una y otra vez ¿De verdad necesitan en esta casa otro ordenador? ¡Si no tienen otra cosa!

En ese momento ya hemos dicho que ese momento abarcaba todos, así que podemos ubicar al joven Rey Mago en cualquiera de las casas que visitó esa noche se encontraba en la sala de estar de un moderno chalet. Cuatro zapatos bien colocados descansaban junto a un luminoso y colorido árbol. Este, el árbol, era de verdad. Un abeto plantado en una jardinera, que tenía toda la pinta de estar normalmente a la intemperie del patio, pero que habían metido en el interior de la casa para la ocasión. La pobre planta empezaba a acusar los efectos de la calefacción y presentaba algunas hojas secas.

Baltasar sacó la lista de regalos y leyó en voz alta todo lo que los dos niños de la casa habían pedido.

PlayStation 4 con los siguientes juegos: The Witcher 3, FIFA del nuevo año y alguno más. ¿Y alguno más? ¿Pero qué se creen estos mocosos? En fin así son los tiempos se resignó el rey.

Con desgana y malhumor empezó a sacar de sus bolsillos los regalos pedidos. Tras colocar la videoconsola y los dos juegos se puso a pensar cuál podía dejar a mayores. Ninguno le convencía.

De pronto, tuvo una idea. Volvió a guardar en el bolsillo los tres paquetes. En su lugar colocó otros nuevos. Uno de ellos era una colección de libros, titulada Saga de Geralt de Rivia, otro, un balón de futbol y dos pares de zapatillas para jugar, del mismo número que los zapatos más pequeños de los que allí había. A continuación sacó un papel y una pluma y con letra pulcra y cuidada escribió:

Queridos niños, sé que habíais pedido una videoconsola con varios juegos. Sin embargo, os propongo algo diferente, pero relacionado.

En lugar del videojuego The Witcher 3 os propongo que leáis esta saga de fantasía en la que se basa el juego anterior. Podéis leerla los dos y luego comentarla.

En vez del FIFA, os dejó un balón y parte del equipo necesario para que salgáis cuando haga bueno a jugar con los amigos.

Sed buenos.

Fdo: Baltasar

Contento con su decisión, se dispuso a marcharse. Sin embargo, se detuvo cuando vio, en una mesa, que le habían dejado preparada una bandeja con turrón, junto a un tazón de agua para el camello y un vasito con un poco de coñac. Se bebió de un trago el contenido del vaso. Después cogió el tazón y vertió el líquido en la jardinera, junto al tronco del arbolito. Dejó ambos recipientes vacíos en la mesa y salió de la casa.

La noche no avanzaba y el tiempo no transcurría, pero los reyes iban repartiendo poco a poco todos los regalos de sus respectivas listas. Finalmente, los tres se reunieron, seguidos por todos sus pajes y los carros vacíos.

Bueno, pues hemos terminado por este año dijo Gaspar, terminándose el último trozo de carbón dulce.

Así es agregó Melchor. Mañana es un día para que ellos disfruten. Nosotros debemos regresar a casa y prepararnos para el año que viene. Tenemos que hacer campaña contra el gordo ese de rojo que nos está quitando la ilusión de los niños.

La ilusión y la infancia murmuró Baltasar. Seguro que él tiene algo que ver con que ya casi nadie nos pida casitas de muñecas, coches de juguete o libros. Todo son cosas electrónicas.

Tampoco son tan malas intervino Gaspar, tras quedarse sin nada que comer. Lo que pasa es que no las has probado. Mira, me ha sobrado esto, pruébalo dijo, sacando del bolsillo una tablet.
Baltasar dudó, pero finalmente le pudo la curiosidad y la encendió.

Melchor, ajeno a la conversación entre sus compañeros, disfrutaba de la tranquilidad de la noche. Podía sentir en el aire la emoción de los niños, y también de los no tan niños. Y eso le llenaba de fuerzas y alegría.

Deshizo el hechizo que detenía el tiempo, montó en su camello y se puso al frente de la comitiva, de vuelta a oriente. Los otros dos le siguieron, y después fueron los pajes. Baltasar pasó gran parte del viaje jugando con su tablet nueva, hasta que esta se quedó sin batería.

***

A la mañana siguiente la ilusión iluminó la cara de cada niño cuando, al levantarse, encontraron en su casa un montón de paquetes esperándoles. También los no tan niños estaban emocionados. Entre ellos, por supuesto, se incluía el narrador de esta historia.

Los gritos de “¡han llegado los reyes! y “¡mirad, han venido los reyes magos! se podían escuchar en cada hogar.

Muy lejos de allí, un anciano de cabellos y barba blancos sonreía orgulloso a lomos de su camello. Se había puesto en la cabeza, sujeto con la corona, el gorro rojo.


LA NOCHE DEL 5 DE ENERO: Niños, y no tan niños - CC by-nc-nd 4.0 - Ana Victoria Gutiérrez Sánchez

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