lunes, 15 de julio de 2013

Caperucita Roja

Haciendo un pequeño curso online de escritura creativa he tenido que escribir un cuento desde el punto de vista del protagonista. Como dice el título, escogí el clásico cuento de Caperucita Roja. Escrito en poco rato y siendo la historia tradicional, me gusta como ha quedado. Por eso lo dejo aquí.



Apenas era una niña cuando sucedió todo eso. Ahora, rememorándolo tantos años después, me sorprendo de la suerte que tuve.

Aquella mañana salí de casa temprano, para no pasar demasiado calor durante el camino y además poder estar en casa a la hora de comer. Como de costumbre, mi madre que dijo que tuviera cuidado en el bosque, que no me saliera del camino y no me detuviera. Después, entregándome la cesta con la comida que debía llevar a la abuela, me dio un beso en la mejilla y me puse en camino, cubierta con mi caperuza roja.

El bosque era oscuro y espeso, pero yo conocía el camino de haberlo recorrido en otras ocasiones. El sendero serpenteaba entre los árboles, zigzagueando alrededor de los gruesos troncos de robles centenarios. Y estaba lleno de vida. El trino de los pájaros y el corretear de los roedores se mezclaban con el rumor de las hojas y el murmullo del agua del riachuelo que corría cerca.

Llegué a una zona densa, donde el sendero se estrechaba hasta casi desaparecer cuando de pronto, de entre los árboles, apareció una forma grande y peluda. Un inmenso lobo, con largos y afilados colmillos y ojos relampagueantes me bloqueaba el camino. Aterrorizada, me quedé paralizada en el sitio, sin saber si echar a correr, gritar o esperar que pasara de largo.

Sin embargo, el animal se sentó, observándome. Entonces, sorprendentemente, el lobo habló con una voz grave y profunda.

—Vaya, vaya. ¿Qué tenemos aquí? Una pequeña y tierna niñita. Dime, muchacha, ¿a dónde te diriges tu sola, en medio de tan profundo bosque?

Asombrada por las palabras del lobo y su tono amable, que calmaron al instante mis temores anteriores, y llevada por la inocencia de la infancia, no dudé en responder.

—Voy a casa de la abuelita. Mamá me ha dicho que tengo que llevarla comida, porque ella ya está mayor y no puede obtener todo lo que necesita. Pero mamá está muy ocupada trabajando en casa, asique tengo que ir yo.

—¿Y dónde vive esa tu abuelita? ¿No te irás a perder?

—Ya he ido más veces —respondí orgullosa—. Vive en un claro, donde un pequeño arroyo desemboca en este riachuelo. Sólo tengo que seguir el camino y acabaré llegando.

—Mmm… —El lobo quedó pensativo unos segundos—. Creo que se dónde me dices.  He pasado cerca alguna vez -Al decir esto pude ver como se formaba lo que parecía una siniestra sonrisa en su rostro sin labios-. Pero hay un camino más corto. Dentro de unos metros encontraras un sendero bastante estrecho, que sale a la derecha del que sigues. Si coges ese sendero y avanzas por él acabaras llegado al mismo claro, aunque por el otro extremo. Es un camino estrecho y oscuro, pero más corto del que te propones seguir.

—¿Estás seguro? Siempre he ido por aquí. Mamá me dijo que no me saliera del camino.

—Si, completamente seguro. Yo conozco este bosque mejor que tu madre. Hazme caso, por allí tardarás menos.

Ingenua de mí, creí en las palabras que la bestia dijera y, cuando llegué al pequeño sendero lo tomé sin apenas dudar. Era cierto, como dijera el lobo, que era aún más estrecho y oscuro que el anterior. Yo caminaba atenta al suelo, para no perder el camino, andando con premura. Bajo las copas de los árboles era incapaz de ver el sol, por lo que no podía estar segura del tiempo transcurrido. Pero tenía la sensación de que estaba tardando más de lo previsto.

Por fin llegué a casa de la abuela. En medio del claro entre los dos arroyos se alzaba una pequeña cabaña. La puerta estaba entreabierta y entré alegremente, deseando saludar a la anciana mujer. La casa tenía dos salas. La habitación principal que servía de cocina y sala de estar, y el dormitorio. Mi abuela no estaba en la primera, por lo que me acerqué a la segunda, separada por una cortina.

—Abuela, ¿estás ahí?

—Si, hija, estoy en la cama —respondió una voz cascada y temblorosa. Me resultó extraña y me pregunté si la abuela se encontraría bien—. Creo que estoy un poco enferma, no me sentía con ganas de levantarme.

Entré en el cuarto y me acerqué a la cama. Mi abuela estaba en la cama, pero las sombras dominaban la habitación, por lo que apenas podía intuirla. No obstante, noté que tenía un aspecto horrible. Tapada con la manta hasta la barbilla y con un extraño gorro de dormir cubriéndole la cabeza.

Entonces me fijé en sus ojos, grandes y brillantes, que me miraban. No mostraban signos de enfermedad, sino que parecían muy vivos y ansiosos. No parecían los ojos de mi abuela.

—Abuela, ¿tan mal te encuentras? ¡Tienes los ojos enormes! —exclamé.

—Son para verte mejor, caperucita —Que usará esa expresión para referirse a mí me tranquilizó. Era la forma habitual que tenía la abuela de llamarme, desde que mi madre me hiciera la caperuza roja que llevaba a todas partes.

—Y las orejas, abuela, ¡qué orejas más grandes tienes! —De nuevo me sorprendió fijarme en las largas orejas que se dejaban ver a los lados del gorro, aunque en la penumbra apenas podía distinguir su rostro.

—Son para escucharte mejor —Sonrió. Entonces me llamaron la atención sus dientes, blancos y grandes.

—¿Y esos dientes? Abuela, ¡si te faltaban varios dientes!

—-¡Son para comerte mejor! —De manera inesperada la abuela saltó de la cama, ágil como un gato, echándose sobre mí. Escapé por los pelos, alejándome en un movimiento reflejo. Entonces se puso a la luz, y pude ver la macabra escena. No era mi abuela lo que tenía delante, sino el enorme lobo con el que me había cruzado en el camino, vestido con el camisón de mi abuela. Quedaba bastante ridículo, pero en aquel momento, asustada como estaba, lo último que se me ocurrió fue reírme. En su lugar chillé, grité con todas mis fuerzas, llamando a voces a mi abuela.

—Ella ya no puede oírte, caperucita. Llegué antes que tú, siguiendo el camino corto, y devoré a tu abuela haciéndome pasar por ti. La pobre anciana, medio ciega y sorda que estaba, no se dio cuenta del engaño. Contigo era más difícil, por lo que tuve que disfrazarme. Pero eres un suculento bocado que bien merece este ridículo atuendo. La vieja no era más que un montón de huesos y carne rancia. Pero tu… mmm… solo con ver tus suculentos brazos se me hace la boca agua. Alégrate, caperucita, y deja de chillar, pronto te vas a reunir con tu abuela. En mi estómago.

Dicho esto saltó de nuevo hacia mí. Esta vez no podía escapar, pues había quedado arrinconada contra la pared. Lo único que podía hacer era seguir gritando y cerrar los ojos, esperando el fin.

Pero el fin no llegó. Con los ojos cerrados escuché un aullido de dolor y un fuerte golpe contra el suelo. Al abrirlos vi al lobo derrumbado en el suelo, con una flecha saliendo de su garganta. En la puerta había un hombre alto y fuerte, con un arco en las manos.

—Tranquila niña, no te preocupes. Ya estás a salvo. Soy cazador, llevo siguiendo a esta terrible bestia una temporada. Siento haber llegado tan tarde.

—Mi abuelita… él se la comió -fue todo lo que logré decir antes de caer al suelo y romper a llorar.

Entre lágrimas, vi como el cazador se arrodillaba junto al lobo, sacaba un cuchillo de su cinturón y con él rajaba la tripa del enorme animal. Milagrosamente mi abuela salió de su interior, viva y de una pieza, aunque temblorosa y sucia.

Y así es como el cazador nos salvó a mi abuela y a mí. Ella vivió muchos años más, en asa cabaña, donde yo iba a llevarla todas las semanas una cesta con comida. Nunca más volví a salirme del camino, aunque el bosque se volvió un lugar mucho más seguro, pues el cazador se quedó por la zona, limpiándola de bestias similares al lobo feroz que me había engañado.

Crecí, y mi caperuza se me quedó pequeña. Pero mi madre me hizo una nueva. Durante años la he llevado, y por eso se me ha pasado a conocer como Caperucita Roja. Hace ya muchos años de aquello, pero ahora que soy yo la que vive en esta cabaña en el bosque recuerdo con frecuencia los sucesos de aquel día. Por eso, querida, quería que conocieras mi historia, para que no te ocurra a ti algo similar cuando vengas a visitarme. Venga, chiquilla, ya es hora de que vuelvas a casa. Tu madre te estará esperando y tu abuela necesita descansar.


1 comentario:

  1. Y la pequeña niña se convirtó en la abuela. Maravilloso giro.
    Es un punto de vista muy interesante del conocido cuento.
    Está muy bueno.
    En la primera lectura sólo he encontrado 2 errores muy evidentes: asique y usará, conjugado en un tiempo incorrecto.
    Si hay otros se me esacaparon esta vez. :P

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Gracias por comentar