De nuevo dejo aquí, tras revisarlo y cambiar algún pequeño detalle, un relato participante en uno de los concursos mensuales del foro fantasiaepica.com. En esta ocasión se trataba de escribir una historia de amor. A pesar de tener grandes fallos sociales de la época en la que está ambientado, el relato quedó en un 7º puesto, buen lugar teniendo el cuenta la calidad de los demás relatos participantes.
Para escribir esta historia me insipiré en una canción de La Oreja de Van Gogh, Jueves.
Aquella mañana, al contrario que
los días anteriores, amaneció despejado, sin nubes en el cielo azul claro. Era
muy temprano, pero en la calle hacía una agradable temperatura veraniega. Se
podía oler en el aire que aquél iba a ser un bonito día. O lo habría sido si
los tiempos que corrían hubiesen sido normales. Pero la paz había pasado a ser
un recuerdo lejano y el presente poco menos que un infierno. Nadie pensaba en
disfrutar de un día como ese.
Al igual que cada mañana, Shizuka
se dirigía a la clínica quirúrgica de Shima, donde trabajaba desde hacía más de
cinco años como enfermera. Se había metido allí porque le gustaba poder cuidar
de las personas de su ciudad. Pero últimamente no encontraba nada satisfactorio
su trabajo. Había visto la barbarie de la que era capaz el ser humano, cómo se
destruía y maltrataba a sí mismo y lo desalmados que podían llegar a ser los
hombres con su prójimo.
Sin embargo, no podía dejar el
trabajo. Y menos con la situación actual. Tenía que ir al hospital a diario.
Hacía meses que no tenía un día de descanso. Había escasez de personal y muchos
heridos a los que atender. Eran las consecuencias de la guerra. Desde que Japón
había entrado en el conflicto que asolaba a la mayor parte del planeta
numerosas ciudades eran bombardeadas casi a diario. Por suerte, hasta el
momento Hiroshima había escapado de la mayoría de las bombas estadounidenses,
sufriendo pocos ataques. No obstante, la población vivía asustada y Shizuka
temía ir a trabajar cada mañana, consciente de que podía no regresar viva a
casa.
Unos minutos antes había sonado
la alarma de un posible ataque aéreo, pero poco después se extendió el rumor de
que no había bombarderos cerca y la gente de la ciudad siguió con su rutina
diaria.
Shizuka entraba a trabajar a las
ocho y no vivía muy lejos del hospital, por lo que iba andando y en unos quince
minutos llegaba. Sin embargo solía salir con tiempo de casa por diversas
razones. A veces se producían ataques por la mañana temprano y la joven tenía
que buscar un improvisado refugio o desviarse de la ruta habitual para esquivar
un edificio derrumbado. También había otro motivo, aunque este no lo
reconocería con tanta facilidad. Dicho motivo se llamaba Nagato.
Nagato era un joven y prometedor
cirujano que trabajaba en la clínica. Shizuka apenas había cruzado un par de
frases con él, pero lo veía casi todos los días, cuando ambos llegaban a
trabajar. Él solía llegar cinco minutos antes y esperar a la puerta de la
clínica mientras se liaba y fumaba un cigarro y a veces charlaba con otros
médicos. Por su parte, Shizuka se sentaba en un banco frente al hospital,
simulando leer el periódico, observando con disimulo al joven, para al cabo de
un rato entrar en el edificio pasando junto a él, demasiado tímida para intentar
entablar una conversación.
En ocasiones se cruzaba con él
por los pasillos de la clínica, pero no era frecuente y además el trabajo era
constante, pues el número de heridos y enfermos era muy superior al de médicos
y enfermeras. Sin embargo, esos breves instantes en los que le veía y parecía
que sus miradas se cruzaban unas milésimas de segundo eran capaces de alterar y
alegrar el corazón de la joven de una manera que nunca antes había sentido.
Cada noche, agotada tras un duro
día de trabajo, pasaba horas intentado dormir, incapaz de conciliar el sueño.
Sus pensamientos volvían de manera constante a Nagato, a su apuesto rostro, y
se prometía una y otra vez reunir el valor suficiente para saludarlo a la
mañana siguiente. Era entonces cuando empezaba a sentirse mal consigo misma. El
mundo se estaba desmoronando; hombres, mujeres y niños morían a diario en las
ciudades bombardeadas; el destino del país, y posiblemente de todo el planeta,
pendía de un delgado hilo. Y sin embargo ella olvidaba todo eso, todo el horror
que veía a diario, y era incapaz de dormir pensando en un hombre. Luego, cuando
ambas líneas de pensamientos se cruzaban y entremezclaban y era consciente de
las altas probabilidades que tenía de no volver a ver a Nagato al día
siguiente, porque en cualquier momento cualquiera de los dos podría morir, las
lágrimas asomaban a sus ojos y, entre sollozos, se quedaba, al fin, dormida.
Esa mañana Shizuka se había
puesto un sencillo y cómodo, aunque lindo, kimono y se había recogido el pelo
de manera que no le molestara a la hora de trabajar. Sabía que no era una chica
muy guapa, pero creía que ese atuendo le favorecía. Antes de que estallase la
guerra había leído, en libros que se suponía no deberían estar al alcance de la
población japonesa, que en Estados Unidos las chicas llevaban bonitos vestidos
que tan solo llegaban hasta las rodillas y atrevidos peinados. Le habría
gustado viajar algún día a ese país, conocer sus extrañas costumbres y vestir
esas ligeras prendas. No creía las ideas que el gobierno divulgaba tachando a
los americanos de seres diabólicos y endemoniados. Pero en el momento actual
era por completo impensable. Quizás, cuando terminase la guerra, podría ir
allí. Puede que incluso fuera con Nagato. Era un hermoso sueño.
A pesar de la alarma que saltara
un rato antes, la ciudad estaba en calma y Shizuka llegó bastante pronto a la
clínica. Se sentó en el banco donde solía esperar e hizo como que hojeaba el
periódico. En realidad no le interesaban mucho las noticias. No eran más que
propaganda política intentando enmascarar la barbarie que era la guerra. Miraba
por encima de las páginas, controlando la entrada del edificio, a la espera de
que el joven médico apareciera.
Pocos minutos más tarde llegó
Nagato. Se quedó parado junto a la puerta, sacó el tabaco y se puso a fumar con
la mirada perdida en el cielo azul pálido de primeras horas de la mañana. La
gente pasaba a su lado, algunos le saludaban, pero él respondía con un ligero
gesto de la cabeza. Parecía pensativo. Shizuka lo observaba como hipnotizada.
De vez en cuando se le escaba un suave suspiro.
Casi todos los días se repetía
una situación parecida. Él a la puerta de la clínica, fumando. Ella en el
banco, sin prestar atención al periódico que tenía en las manos. A veces él pasaba
la mirada por donde se encontraba Shizuka, apenas un instante que para ella se
hacía eterno y a la vez efímero. Pero entonces ella cerraba los ojos o él
apartaba la vista y el momento se rompía, quedando solo el silencio y la
distancia entre ambos, como un inmenso muro de hormigón que Shizuka era incapaz
de romper.
Sin embargo, ese día fue
distinto. Nagato se giró un poco y sus ojos se volvieron hacia la enfermera.
Sus miradas se cruzaron y el corazón de Shizuka comenzó a latir alocadamente.
Una leve sonrisa asomó a los labios que sujetaban el cigarro. Ella devolvió la
sonrisa, tímida y nerviosa, sosteniendo su mirada mientras que su estómago se
convertía en un torbellino de sensaciones. Nagato dejó caer el cigarro al suelo
y lo apagó pisándolo con el talón. Después, en lugar de entrar en la clínica,
cruzó la calle y se acercó al banco donde se sentaba Shizuka. Ella se puso en
pie y lo saludo educadamente cuando llegó a su lado, demasiado nerviosa para
decir algo.
—Buenos días, Shizuka—
saludo él con gesto amable.
—Buenos días, Nagato—
respondió ella, tartamudeando. Se sentía estúpida, incapaz de decir una frase
tan simple de manera correcta. Seguro que él pensaba que era tonta. Eso la
asustó y, haciendo un esfuerzo que la sorprendió a sí misma, añadió, más segura—.
Hace una bonita mañana, ¿verdad?
Nagato miró a su alrededor, como
dándose cuenta por primera vez del buen día que hacía, de la suave y agradable
brisa que mecía las hojas de los árboles y del trinar de los pájaros.
—Así es. Un bonito día —Quedó
pensativo unos segundos. Parecía que un incómodo silencio se iba a instalar
entre ellos, pero entonces él lo rompió—. Un bonito día, como tú.
Precioso y alegre, pero que pasa desapercibido en medio de tanto sufrimiento y
terror, igual que tú.
—Yo… —Shizuka
notó como se ruborizaba. No sabía que decir. Pero él le hizo un gesto para que
callara y le dejara continuar.
—Cada mañana te observo
cuando lees el periódico. Siempre en este banco, silenciosa, como una pequeña y
delicada flor. Pero luego te he observado trabajar. Vas con decisión, no dudas
y te esfuerzas al máximo por cuidar de tus pacientes. Admiro a la gente que
pone todo su empeño en intentar ayudar a los demás. Sobretodo hoy en día, que
todo el mundo parece desear lo contrario. Sin embargo no es solo eso. Me he
dado cuenta de que me observas, con esos hermosos ojos tuyos que asoman bajo
tus pestañas. Y esos ojos me han hechizado. Shizuka, apenas te conozco, aunque
tengo la sensación de que te comprendo mejor que a cualquier otra persona, y
creo que te quiero.
Se quedó en silencio, mirándola,
y cogió su mano con suavidad. Shizuka, emocionada, sentía el corazón latir con
fuerza dentro de su pecho. Apretó su mano con la suya, disfrutando del roce de
los dedos fuertes y ágiles del cirujano.
—Yo también te quiero,
Nagato —Dicho
esto, sus nervios se calmaron. La embargó una extraña tranquilidad que le
permitió apreciar mejor los sentimientos que la cautivaban por dentro.
Lo miró expectante, anhelante,
esperando su reacción. Él se acercó a ella, le rodeó la cintura con el brazo y
se inclinó lentamente hasta que sus labios se tocaron. Shizuka, estremeciéndose
con el contacto, se dejó llevar, respondiendo a sus suaves caricias. La boca le
sabía a tabaco, un sabor amargo y agrio que sin embargo a ella le resultó excitante.
Dejaron pasar el tiempo, hasta
que, recordando donde estaban, se separaron un poco. El turno en la clínica
había empezado pero ninguno de los dos parecía tener prisa por entrar a
trabajar. La alarma había vuelto a sonar por toda la ciudad, pero ambos la
ignoraron por completo hasta que se apagó. Nagato la miraba a los ojos y ella
sentía que podía perderse en su oscura mirada. Una radiante sonrisa alegraba su
rostro. El joven se acercó a su oído y susurro, produciéndole cosquillas en la
oreja con su aliento.
—Te amo, Shizuka.
Esta vez fue ella quien se puso
de puntillas para llegar hasta su boca y fundirse con él en un prolongado beso.
No les importaba la gente que pasaba por la calle ni los compañeros que
llegaban tarde a la clínica. En los últimos meses las formalidades sociales
habían perdido importancia.
Shizuka pensó en cómo había
cambiado de repente su vida. De pronto se sentía dichosa, más de lo que nunca
había sido. Los sentimientos felices inundaban su corazón y su espíritu. En
esos momentos no importaba nada de lo que la rodeaba, salvo el hombre al que
abrazaba. La guerra, la destrucción y el sufrimiento habían quedado relegados a
un oscuro rincón. Ese agradable día de verano se había convertido en el mejor
de su existencia. Todo parecía posible. Lo que hasta unos minutos antes no
había sido más que un ansiado sueño se acaba de convertir en realidad. Veía su
futuro con una luz nueva, radiante. Posiblemente la guerra terminaría pronto y
ella podría ser feliz con Nagato, tener una vida juntos, eternamente unidos por
un amor que había surgido tímido, poco a poco, pero que ahora se había mostrado
robusto e inmenso.
Y así estaban, abrazados, unidos
por un intenso beso, abrumados por fuertes sentimientos, imaginando cada uno
una vida entera de posibilidades que se abría ante ellos, el uno junto al otro,
cuando su pequeño paraíso se convirtió, de pronto, en el mayor infierno que ha
asolado jamás la Tierra.
En menos de una milésima de
segundo el aire alrededor de la pareja se convirtió en una masa ardiente que
los atrapó en su seno, destruyendo al instante todos sus sueños, emociones y
sentimientos. La vida que podrían haber llevado juntos quedó convertida en
cenizas. Sus esperanzas, anhelos y deseos dejaron de tener sentido. La pasión
que habían estado sintiendo no era nada comparada con la explosión que acabó
tan inesperadamente con sus vidas.
Eran las ocho y cuarto de la
mañana del seis de agosto de 1945. Sobre las cabezas de Shizuka y Nagato
acababa de estallar, a unos seiscientos metros de altura, el Little Boy, la bomba atómica lanzada por
Estados Unidos sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. Una circunferencia de más
de un kilómetro y medio de radio quedó arrasada en solo un momento y miles de
personas, hombres, mujeres, niños y ancianos murieron. Cientos de sueños y
planes de futuro fueron aniquilados. Decenas de familias y hogares quedaron
consumidos. Cualquier signo de vida desapareció por completo.
Nagato y Shizuka, dos almas que
se habían encontrado y atraído, que tenían toda una vida de éxitos y fracasos
que recorrer juntos, de alegrías y penurias que vivir como pareja,
desaparecieron. Entregados el uno al otro, unidos por un beso que duraría toda
la eternidad.
Sólo pasaba a saludar para que sumes un comentario.
ResponderEliminarBye...
Jajaja, gracias Xero! xD
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