Tras unos meses de abandono, vuelvo con un par de relatos. De nuevo, os dejo uno con el que participe en uno de los retos mensuales del foro fantasiaepica.com. Esta vez, una historia de ciencia ficción.
“Alexander Scott, condecorado capitán de la Marina Interplanetaria y
dirigente del destacamento destinado en el planeta Traëdt, traicionó la paz
establecida por la Unión Interestelar de Sistemas Solares Humanizados. Sus
actos llevaron a la guerra civil en dicho planeta, de lo que se beneficiaron
los goltrianos para declarar una guerra estelar contra la especie humana,
dominante en la galaxia. Así empezó la Guerra del Fuego, en la que nuestros
valientes soldados todavía luchan hoy en día por defender a la humanidad.”
Archivos de la UISSH.
Primeros años de la Guerra del Fuego.
Así resumen los registros el
inicio de la decadencia humana. Un párrafo breve y frio que apenas deja
entrever la magnitud e importancia de los sucesos acaecidos en aquellos días y
que tacha al capitán Scott de un mero traidor sin profundizar en los
embaucamientos que sufrió a manos de los goltrianos. Es un texto censurado y
manipulado para que los jóvenes soldados que hoy siguen en la lucha no sepan a
lo que se enfrentan en realidad.
Por eso, yo, que he sido capitán
de la resistencia humana, ahora que mis días de combate han quedado lejos, me
veo en la obligación de dejar testimonio de la verdad. Puesto que pude vivir de
cerca los acontecimientos, siento la responsabilidad de darlos a conocer.
Años antes del inicio de la
Guerra del Fuego yo era un joven y apasionado soldado de la Marina
Interplanetaria. Gracias a las influencias de mi padre, veterano de la misma,
logré ser destinado en Traëdt, en el destacamento comandado por mi admirado
capitán Scott. Desde mi adolescencia, cuando avasallaba a mi padre con
preguntas sobre la MI y me tragaba toda la publicidad de la UISSH, veneré a ese
hombre que había ganado numerosas batallas y conquistado planetas enteros sin
apenas sufrir bajas entre sus hombres.
Alexander Scott era, por aquel
entonces, un hombre cincuentón pero todavía vigoroso, inteligente y tenaz. Poco
tiempo antes había iniciado la colonización del planeta Traëdt y logrado llegar
a un acuerdo con sus habitantes. Gracias a las dotes del capitán las primeras
hostilidades surgidas desaparecieron y fueron olvidadas. El planeta fue
repartido entre humanos y tradianos y el comercio e intercambio de
conocimientos entre ambos avanzaba con rapidez.
Tras haber vivido dieciocho años
en mi planeta natal, el pequeño y frio Pukardt, quedé maravillado con el
impresionante espectáculo que supuso para mí el paisaje de Traëdt. Era un
planeta mucho mayor, iluminado por una estrella que alumbraba y caldeaba los
días. Por las noches dos lunas surcaban el cielo estrellado como un par de
grandes ojos. Puesto que Pukardt no tenía satélites, la visión de estos astros
fue lo que más me fascinó.
Traëdt estaba casi por completo
poblado por densos y bellos bosques, llenos de vida. Extraños animales,
terrestres y aéreos, habitaban entre los altos árboles. Los mares y océanos, de
un agua cristalina, estaban habitados por coloridos peces. La especie
inteligente del planeta, los ya mencionados tradianos, tenían un aspecto
insectil. De altura algo inferior a la de un humano tenían cuatro piernas y
cuatro brazos. Carecían de antenas o alas, pero poseían una mandíbula
sobresaliente. No parecían belicosos y se comportaban con curiosidad y ganas de
aprender de los colonos. Usaban un lenguaje gutural, formado por sonidos graves
y bruscos, imposibles de reproducir por gargantas humanas. No obstante, la
mayoría era capaz de producir sonidos parecidos a los humanos y lograban
hacerse entender en nuestro idioma. Tecnológicamente estaban muy atrasados;
jamás habían llegado a un nivel de ciencia que les permitiera salir del
planeta. Sin embargo, vivían en una completa armonía con la naturaleza. Habitaban
en construcciones excavadas en la roca y se valían de plantas y animales para
su rutina diaria.
Los humanos nos habíamos
establecido en tres ciudades-campamento construidas en una de las pocas zonas
casi libres de vegetación. Todos éramos soldados de la MI a las órdenes del
capitán. Nuestra misión era mantener las relaciones pacíficas con los
tradianos, ampliar nuestro conocimiento del planeta y las especies vivas que
allí se encontraban y construir todo lo necesario para, en un futuro,
establecer el primer asentamiento de población civil en Traëdt.
Todo marchaba sobre ruedas y mis
primeros meses en aquel planeta paradisíaco estuvieron plagados de buenos
momentos. Gracias a mi carácter disciplinado y mi afán por emular la actitud y
los esfuerzos del capitán Scott logré ascender enseguida en la escala de mando
y al cabo de menos de dos años ya me encontraba en puestos importantes.
Pero llegó un momento en que las
cosas cambiaron y comenzó el principio del fin.
Dados los progresos obtenidos en
las interacciones entre humanos y tradianos y los avances logrados en el
planeta, la UISSH decidió conceder al capitán Scott una nueva condecoración,
que se sumaría a las ya recibidas con anterioridad. Para ello, el capitán debió
viajar, junto con varios de sus hombres más cercanos, a la lejana Kuleadt, la
capital de la galaxia. Yo nunca había estado allí, pero había oído mucho sobre
ella. Se trataba de una inmensa ciudad que ocupaba toda la superficie de un
gran planeta, que disponía de las tecnologías más modernas y en la que se
reunía y alojaba el consejo central de la UISSH. Durante su ausencia, que duró
varios meses, volvieron a ascenderme y quedé entre los oficiales al mando.
El regreso del capitán se retrasó
varias semanas. Ninguno de los oficiales de Traëdt conocíamos la razón. Solo
recibíamos mensajes informando de que el viaje de vuelta se posponía una y otra
vez. Empezaron a correr rumores entre los soldados. Había quienes pensaban que
al capitán le había sido asignada una misión secreta. Otros aseguraban que
había caído enfermo. Y algunos incluso insinuaban que se había cansado de la
tranquilidad de Traëdt y deseaba iniciar nuevas conquistas. Pero los rumores se
acallaron cuando, por fin, llego un mensaje anunciando el viaje de regreso.
Semanas más tarde el capitán y
sus hombres estaban de nuevo entre nosotros. Ninguno de ellos dio ningún tipo
de explicación sobre la demora y siguieron con su rutina en Traëdt como si no
hubieran estado ausentes más de medio año. Sin embargo, algo había cambiado en
el capitán, aunque al principio no había signos de ello, salvo la extraña mujer
que llegó en la nave acompañándolo.
Ella fue la causante de todo lo
que sucedió después. Por su culpa aquello en lo que llevábamos años trabajando se
desmoronó. Ella fue la semilla del mal que llevó a la ruina a la humidad. Se
llamaba Démona, aunque todos allí nos referíamos a ella como la goltriana.
La primera vez que la vi fue a
los pocos días del regreso del capitán. En una reunión de oficiales ella estaba
presente, sentada junto él, como si se tratara de su segunda al mando. No dijo
nada, pero escuchó con atención todo lo que se comentó en la sala. Quedé
fascinado por su extraña figura, de una belleza exótica y misteriosa. Su piel
era de una palidez casi cadavérica. Alta y muy delgada, de piernas esbeltas y
brazos estilizados. Su pelo rizado le llegaba hasta la cintura y era de una
gama de colores rojizos que al moverse recordaban las llamas de un fuego. Sus
ojos eran ardientes, de un rojo intenso. Cuando se clavaban en ti sentías como
atravesaban tu alma y un escalofrío recorría todo tu cuerpo. A pesar de su
parecido a los humanos, quedaba claro que no se trataba de una de nosotros.
Yo nunca había visto hasta
entonces a un goltriano, pero después de la reunión me explicaron que ella era
una de ellos y lo que me contaron me intranquilizó. Eran una raza aislada, que
apenas salía de Goltris, el sistema solar que solo ellos habitaban. Se decía
que quien se atrevía a aventurarse en sus dominios nunca regresaba. Por eso
apenas se conocían datos sobre ellos. Se creía que poseían poderes psíquicos,
con los que podían leer los pensamientos e incluso manipular a las personas a
su antojo. Aunque poseían cuerdas vocales como las de los humanos apenas
hablaban, pues se comunicaban telepáticamente. Parecían tener una tecnología
inferior a la nuestra, basada por completo en el uso de un elemento que la
humanidad hacía milenios que no emplea, el fuego. Pero ellos tenían un dominio
sobre él que los humanos jamás obtuvimos. El fuego les obedecía, estaba a su
servicio y cumplía todas sus órdenes. Los goltrianos eran capaces de
controlarlo mediante sus poderes psíquicos, logrando auténticos prodigios. Esto
es lo que me contaron y en ese momento me costó creerlo. Más tarde pude
comprobar que todo ello era cierto.
En los meses siguientes fui
apreciando con tristeza cambios en el capitán Scott. Dejó de prestar atención
al consejo de oficiales para encerrarse en sí mismo. Solo parecía atender a las
palabras de Démona, que se fue acercando más y más a él. De nuevo empezaron a
correr rumores entre los soldados. Decían que la goltriana había seducido al
capitán, que lo tenía hechizado con sus extraños poderes, que eran amantes y
que él se había convertido en su siervo. No sé hasta donde serían verdaderas
estas habladurías, pero lo cierto es que Démona ejercía cada vez mayor
influencia sobre él. Vi como el hombre al que durante toda mi vida había
admirado se convertía en un tirano, como su alma se oscurecía bajo la
influencia de Démona y como su espíritu iba perdiendo fuerza.
El cambio en su personalidad fue
sólo el inicio. También su aspecto sufrió grandes transformaciones. En apenas
unos meses pareció envejecer más de veinte años. Su peló encaneció, su espalda
se encorvó y sus ojos perdieron el brillo de antaño. Las medallas que colgaban
de su uniforme parecían haber adquirido un peso que no podía soportar. Se
convirtió en una mera sombra del gran hombre que había sido.
Pronto también empezaron a
notarse alteraciones en su forma de mandar en Traëdt. Comenzó de manera sutil
pero al cabo de un tiempo se hizo claro que algo no marchaba bien. Las
relaciones con los tradianos fueron empeorando. Primero prohibió su presencia
en el territorio humano, luego ilegalizó el comercio con ellos y acabó
imponiendo un castigo a cualquiera que tratara con algún tradiano. Lo hizo con
lentitud, de manera que los cambios llegaban poco a poco, y basándose en
pequeños incidentes que parecían justificar sus medidas. Pero llegó un punto en
que algunos oficiales nos sumamos a los soldados de menor nivel y elevamos
quejas ante la conducta del capitán. Él se valió de su rango para hacernos
callar y acatar sus órdenes. Además, la goltriana siempre estaba a su lado,
mirando con sus siniestros ojos rojos que prometían tormentos a cualquiera que
osara oponerse él.
Finalmente llegó el día en que
ordenó ampliar el territorio humano. Mandó talar bosques, construir vehículos y
naves para extenderse por el planeta. Dejó claro que si era necesario matar
tradianos nadie debía dudar a la hora de apretar el gatillo. Ellos, que hasta
entonces habían sido pacíficos y habían soportado con estoicismo las
restricciones a las que eran sometidos en su propio planeta, opusieron
resistencia. Se alzaron en armas y atacaron a las tropas humanas. A pesar de su
rudimentaria tecnología sus armas eran eficientes. Empleaban lanzas y extraños
arcos de piedra, hueso y madera. Se cubrían con corazas de un resistente
material que obtenían de ciertos animales. Aunque nosotros atacábamos con armas
laser, aeronaves y vehículos acorazados, ellos mostraron una gran inteligencia.
Aprovechando su conocimiento del planeta y la desgana con que nosotros
atacábamos a los que hasta hacía poco habían sido nuestros compañeros, así como
su superioridad numérica, lograban compensar su inferioridad tecnológica.
Así comenzó la guerra en Traëdt,
que no duró mucho. Ambos bandos sufrían numerosas bajas a diario. El capitán
había prohibido cualquier contacto con el exterior, de manera que nadie fuera
del planeta sabía lo que estaba ocurriendo. Estábamos solos y no recibiríamos
refuerzos. Sin embargo, no los necesitábamos. A pesar de sus esfuerzos pronto
se hizo obvio que los humanos teníamos ventaja. Además, los soldados,
enardecidos por los combates, pronto olvidaron las relaciones que los habían
unido con los tradianos y empezaron a ver en ellos un enemigo al que combatir.
Sin embargo, tras esta guerra
había un interés oculto. Démona siempre se mantuvo apartada, manipulando al
capitán a su antojo pero dejando que fuera él quien llevara las riendas del
enfrentamiento. En realidad no le interesaba el transcurso o el resultado del
mismo. Cierto día, cuando parecía que todo estaba a punto de terminar, que los
humanos nos habíamos alzado sobre los tradianos, masacrados y diezmados,
apareció en el firmamento un enjambre de naves. No parecían humanas, ni de
ninguna otra raza que yo hubiera visto antes. Eran pequeñas, pero se movían con
agilidad por el cielo. Se expandieron por todo el planeta, sin llegar a
aterrizar. En su lugar empezaron a atacar indiscriminadamente y sin aviso tanto
a humanos como a tradianos. No empleaban armas laser, sino que de sus cañones
salían enormes y mortales llamaradas de un fuego que se extendía con rapidez
sobrenatural. Los bosques que no habían sido destrozados por las batallas
ardieron en apenas unos minutos. El calor se hizo asfixiante y el humo se
extendió por todas partes, entorpeciendo la visión.
El capitán Scott no aparecía por
ningún sitio, por lo que varios oficiales decidimos ir a buscarlo a su
despacho. Allí lo encontramos, demacrado y pálido, observando por la ventana lo
que sucedía en el exterior. Junto a él estaba Démona, que también miraba a
través del cristal, con una siniestra sonrisa en el rostro. Solo la goltriana
se volvió cuando irrumpimos en el cuarto. Su mirada se clavó en cada uno de
nosotros haciéndonos olvidar el por qué estábamos allí. Entonces ella habló.
Era la primera vez que escuchaba su voz, fría y con un acento seseante, que no
mostraba la más mínima emoción. Dijo, dirigiéndose solo al capitán, que gracias
a él el fin de la humanidad se acercaba. Explicó con brevedad que las naves
recién llegadas eran goltrianas, todo un ejército de seres como ella que habían
esperado a que el planeta quedara sumido en la miseria tras la guerra para
poder adueñarse de él. En aquel momento no aclaró por qué les interesaba ese
planeta, tan lejano al suyo. Agradeció al capitán que hubiera cortado las
comunicaciones, de manera que el resto de la humanidad no supiera, hasta que fuera
demasiado tarde, lo que estaba sucediendo.
El capitán se volvió, temblando y
con lágrimas en los ojos, consciente ahora de que había sido manipulado. No
dijo nada, tan solo miró a la goltriana con ojos vacíos. Ella extendió la mano
y de sus pálidos dedos nacieron unas tímidas llamas que pronto crecieron y se
lanzaron sobre el capitán. Así murió Alexander Scott, capitán de la Marina
Interplanetaria, consumido por las llamas. No el primero, y desde luego no el
último, de grandes y valientes hombres caídos bajo el fuego goltriano. Las
llamas se extendieron por la sala con rapidez y los oficiales nos alejamos,
temerosos de la mujer que se hallaba dentro.
No recuerdo con claridad los
sucesos que siguieron. Todo era un revoltijo de llamas, gritos de agonía y naves
por todas partes. De algún modo logramos reunir un grupo de soldados y
organizarlo, de manera que pudiéramos oponer resistencia al nuevo e inesperado
enemigo. Pero todos los esfuerzos fueron inútiles y al final solo quedó una
opción lógica. El pequeño grupo de supervivientes abandonamos el planeta en una
nave con la que logramos llegar a otro planeta y enviar un mensaje a Kuleadt.
Mientras estábamos allí, esperando ordenes de la capital, llegaron noticias
desalentadoras. Ataques similares estaban teniendo lugar en varios planetas, al
parecer aleatorios. En todos ellos habían aparecido naves goltrianas que en
poco tiempo arrasaban y abrasaban su superficie, aniquilando a todo aquel que
no lograra huir a tiempo. Era el inicio de una guerra que la humanidad no podía
ganar.
La última vez que vi Traëdt
estaba arrasado y quemado. No quedaba nada de los bosques que meses antes
crecían bellos. Los tradianos habían sido aniquilados casi por completo y los
pocos que quedaban no tardarían en morir. Las lunas trazaban su camino sobre un
suelo muerto y lleno de cenizas.
Se formó un gran ejército
defensor. Las tropas que se encontraban en planetas colonizados fueron llamadas
a la capital. Se establecieron alianzas con otras especies alienígenas. También
se formó un grupo de investigación encargado de recabar toda la información
posible sobre los goltrianos.
Fue este grupo el que descubrió,
con el tiempo, por qué fueron atacados ciertos planetas. Los goltrianos alimentaban
sus naves con un mineral especial, muy rico en oxígeno, que les permitía
producir intensos fuegos. Pero ese material empezaba a escasear el Goltris por
lo que lo buscaron en otros planetas ricos en él, como Traëdt. Una vez que se
hubieron hecho con las fuentes de materia prima, empezaron la verdadera
ofensiva. No era una guerra espacial, pues en el espacio abierto sus armas de
fuego no servían. Se movían en grupos muy pequeños y escurridizos, escapando de
nuestros radares y barreras, y llegaban a los planetas habitados por humanos.
Allí atacaban a la población, produciendo furiosos incendios imposibles de
apagar. Empleaban sus poderes psíquicos para manipular a la gente, provocando
enfrentamientos internos entre los defensores, que se atacaban unos a otros.
La guerra se alargó durante años
y, aunque aprendimos a combatir al enemigo, este siempre nos iba quitando
terreno. Planetas enteros eran arrasados, sistemas solares quedaban
deshabitados. Nuestros aliados nos abandonaron. Décadas más tarde Kuleadt cayó.
El consejo de la UISSH desapareció y el gobierno de lo que quedaba de humanidad
quedó en manos de los oficiales de la MI.
Hemos luchado mucho tiempo. Cada
vez quedamos menos y vivimos en peores condiciones. Hemos sido marginados a un
alejado rincón de la galaxia. Pero los goltrianos no descansan. Continúan
hostigándonos y no pararán hasta que el último ser humano haya desaparecido.
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