domingo, 8 de junio de 2014

Recuerdos de 5 años

En esta ocasión traigo algo distinto. No es un relato. Solo es un texto en el que he tratado de expresar mis sentimientos al haber salido de la última clase de la carrera. En él trato de recordar los últimos cinco años y lo que han significado para mi. Lo escribí para compartirlo en Facebook, pero he decidido añadirlo aquí también.




Recuerdo el día en que, hace casi cuatro años, alguien me dijo que si mi primer curso de universidad se había pasado rápido, los demás se pasarían en un suspiro. Cuánta razón tenía.  Y es que fue ayer cuando mi versión de dieciocho años se encontró por primera vez sola en una ciudad desconocida.

Ahora, cinco años más tarde, cuando no sé si seguiré aquí o a dónde me llevará el futuro, trato de revivir y disfrutar todos los momentos y experiencias vividos desde entonces y que han transformado a aquella chica en la que ahora escribe estas palabras.

Creo que no olvidaré mi primer día en la universidad. Un montón de desconocidos que, al igual que yo, no sabían lo que les depararía la nueva etapa de su vida. Un edificio con fríos pasillos y grandes aulas donde pasaría la mayor parte de los años venideros. El temor a no ser capaz de superar el nuevo reto pero las ganas a la vez de afrontarlo. Ese día también fue el primer día en la residencia. Una habitación de paredes blancas que pronto estarían cubiertas por posters. Seis novatos que se unieron para pasar esa semana antes de que llegaran los veteranos y empezaran las temidas novatadas. En las siguientes semanas conocí a muchas personas nuevas, algunas de las cuales llegarían a convertirse en grandes amigos.

De esos primeros meses, del primer curso, guardo muchos recuerdos. Unos son buenos, otros no tanto, algunos simplemente los calificaría de curiosos.  

Las reuniones en mi habitación. La mujer de los prismáticos y la tarde de los sustos. Los gatos del patio de la residencia. “El asesino de la cuchara”, vídeo que nos marcó la primera cena de navidad. Nuestra mesa de seis (aunque habríamos cabido siete o incluso ocho) que abandonamos para ir a otra libre de ciertas personas. La sala de la tele decorada con banderitas eurovisivas. Desesperación porque no funcionaba Internet. El despertador mono sonando a las seis de la mañana. La noche de Bambi. El secuestro del peluche perro con música. Madrugar para ver el tan esperado final de Perdidos y asustar a las de la limpieza cuando nos encontraron a todos en la sala de la televisión a primera hora de la mañana. Reviciarnos durante unos pocos días a Pokemon. Escuchar el heavy metal de la habitación de al lado. Temer salir al pasillo y que el suelo estuviera recién fregado y la mujer de la limpieza cerca dispuesta a echarte la bronca por pisarlo. Abrir mi cuenta de Facebook y empezar a jugar al FarmVille. Ir a estudiar a la biblioteca. Horas enteras programando, desesperada cuando no funcionaba y dando gritos de alegría al descubrir el problema. 

Nuestros asientos en la tercera fila de la derecha. Las horas perdidas para ir a la cafetería. Pedir apuntes de academia pero no haber pisado nunca por allí. Clases en las que no te enterabas de nada. Los bolis de colores que compré y que todavía llevo en el estuche. Mi primer suspenso de una asignatura. El miedo a que se repitiera y por ello dejar otra para julio. La decisión de no volver a dejar ninguna y tratar de sacarlo todo a la primera. Mi primera matrícula de honor. Incluso la final del mundial la noche antes del examen de julio de cálculo.

Pero después de ese primer año vinieron otros cuatro, que, aunque pasaron más deprisa, también dejaron  una gran cantidad de recuerdos y experiencias.

Comidas y cenas en la mesa de cuatro. Gente que te roba la comida del plato mientras tararea para disimular. Paseos y excursiones en bicicleta. Pasar horas hablando del “Assassin’s Creed” y ser malas personas por matar cristianos en el juego. Bocadillos de “El Álamo”, batidos de “El Sueño de Nebli”, montaditos de “El Guijuelito” y, por supuesto, las patatas bravas de la cafetería de teleco. Visita al museo de la ciencia a ver dinosaurios. Novatadas como veterana, fiestas y cumpleaños en la residencia. Hablar a voces con la persona de la habitación de al lado. Sesiones de fotos en el pasillo de mi habitación. Locura de época de exámenes. Ir a no patinar a la pista de hielo. Personas que cambian o se alejan. Partidas al futbolín en los descansos de estudiar. Ver muchas series y leer muchos libros. Evolución de gustos musicales. Viajes a otras ciudades cercanas como Burgos, Segovia, Palencia o Salamanca y a otras lejanas, como Brighton. Decir adiós al Messenger  y desactivar Tuenti. La cola para entrar al comedor. Decir cosas de la manera errónea y por medios equivocados. Horas muertas jugando al Candy Crush, al Triviados y al Apalabrados. Cortar y coser camisetas y mochilas. Ver cómo la gente de la residencia se va yendo. Pegarnos con la inmobiliaria pero acabar viviendo en el piso de la “Calle de los Pollos”. Charlas en la cocina después de cenar. Que tu compañera de piso te despierte a las tres de la mañana llamando al timbre porque no puede entrar y tardar diez minutos en enterarte. La canción de los Pokimon. Las noches de los miércoles. 

Mucho estrés y horas de estudio. Trabajos y prácticas en grupo. Gente abandonado la carrera o pasándose al grado. Tener que juntarme a personas con la que apenas había tratado hasta entonces pero que demostraron ser grandes compañeros y amigos. Cenas de clase. Mi asiento en la esquina del pasillo central en la cuarta fila de la izquierda. Días viviendo en la sala de ordenadores. Noches casi sin dormir y horas de clase con la mente perdida. Fotocopiar montañas de apuntes. Clases de laboratorio hablando de mil cosas menos de la asignatura en cuestión. Desesperación por conseguir créditos de libre. Entender asignaturas el día antes del examen, pasando de tener un desorden mental a unas ideas más o menos claras y ordenadas. Clases de mitología. Globos de helio y máquinas voladoras. Aprender alemán y mejorar el inglés. Escribir informes y parafrasear. Dropbox y whatsapp como herramientas fundamentales para hacer trabajos. Y la gran pregunta: ¿Qué hago ahora con mi vida?

Pero estos cinco años no han sido solo Valladolid. También han sido momentos en mi hogar, con la gente de allí. Sesiones maratonianas de trilogías de películas. Fiestas temáticas. Mercados medievales con sus disfraces diseñados en pocos días o improvisados en unos minutos. Ver películas de miedo y acabar meses traumatizada por ellas. Viajes a conocer sitios nuevos, como las Canarias, Barcelona o Vigo. Parque de atracciones. Revivir el vicio de jugar a Yu-Gi-Oh! Conciertos por pueblos y fiestas de barrio. Noches de fin de semana jugando al Catán hasta las tres de la mañana. Incluso cenas anuales con gente que hacía años que no veía y con la que no esperaba ni quería volver a tener trato alguno.

También se merece una mención un sitio especial, un pequeño rincón perdido entre la inmensidad de Internet en el que personas, no solo de toda la geografía española sino también del otro lado del océano, que comparten su gusto por los libros y la fantasía, se reúnen, hablan y comparten opiniones. Ese sitio me ha acompañado principalmente durante los dos últimos años aunque ahora lo tengo un poco abandonado. No conozco personalmente a nadie de los que por allí se mueven y son poco más que nombres extraños y avatares de todo tipo, pero me han hecho pasar grandes momentos, reírme hasta casi caerme de la silla y disfrutar leyendo cientos de maravillosas historias. Dragones, elfos, brujos, gatos, árboles y toda clase de criaturas salidas de más de mil mundos han dedicado parte de su tiempo a leer mis relatos y me han dejado en cierta manera conocerlos a través de los suyos. En ese lugar he aprendido, quizás más que en cualquier otro en estos años, que si se quiere cumplir un sueño se necesita dedicarle esfuerzo y trabajo y, por supuesto, intentarlo, porque, como me dijo alguien una vez, solo gana quien arriesga.

Estos, y otros muchos, son los recuerdos que me han dejado estos últimos cinco años, momentos compartidos con diferentes personas. Algunos han servido para mostrar quienes son verdaderos amigos y quienes, por el contrario, empiezan a dejar de hablarte sin motivo aparente y acaban bloqueándote en las redes sociales. Pero de este último tipo prefiero olvidarme, y quedarme con aquellas personas con las que hablas casi a diario aunque solo sea un par de frases, que te alegran los días al hacerte saber que están ahí. Con las que, a pesar de vernos menos, te puedes juntar y pasar el rato como si no hubiera pasado el tiempo. O a las que puedes llamar por teléfono una tarde y pasarte casi dos horas hablando para ponerte al día. Aquellas para quienes tratas de sacar un rato que pasar con ellas aunque tengas otras cosas que hacer porque cada vez es más difícil juntarse y verse. Personas con las que a pesar de estar a cientos de kilómetros de distancia mantienes el contacto como si estuvieran aquí al lado. Aquellas a las que puedes contar cosas y pedir consejo. Con las que te gusta pasar los buenos momentos y sabes que están ahí para los malos. Todas ellas son importantes, a pesar de que cada una tiene sus peculiaridades y extrañezas, pero nadie es perfecto ni normal. Y es que ser normal es muy aburrido.

Hoy he salido de mi última clase. Ha sido un momento triste y lleno de recuerdos que me ha llevado a escribir estas líneas. Pero ahora les toca el turno de vivir su época universitaria a otros, algunos que ya están en ella, otros que empiezan ahora. Y espero que lo disfruten al máximo porque, cuando se quieran dar cuenta, se ha acabado.

Para terminar, si estás leyendo estas últimas líneas y has tenido la paciencia de leerte toda esta parrafada que se me ha alargado más de lo previsto, quien quiera que seas, te doy las gracias. No he usado nombres pero espero que te hayas sentido identificado o mencionado en al menos alguna línea. Y te pido que le des un me gusta o dejes un comentario para saber que no he escrito tantas palabras en vano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por comentar